EL placer es como los calabacines, si los dejas en
la mata con sol y agua crecen desesperadamente. El placer es el ansia, el
deseo, la angustia de tener, de ser, de prometer. Pero el placer no existe,
solo es sensación y voluntad.
Hay que ser muy discreto, como un terreno plano.
Agachar la cabeza, no desear aquello que nadie posee y descubrir que todo es
mentira. A ser posible a la luz de la luna. Mientras el mundo duerme.
¡Qué poco dura el gusto! Pero como nos relamimos y
abrazamos recordando que fue, entonces, ya ha dejado de existir.
La vida nos engaña. Y lo hace como la literatura.
¿Una crítica feroz? No merece la pena. ¿Qué se puede criticar si no hay nada?
Nada. O poco, que ya es suficiente.
No termino los encargos. A pesar que hay momentos en
los que me encuentro un poco armónico, no deseo culminar nada. Prefiero estar
aquí, en el centro del bosque que es un laberinto, un mapa indudable con silencio
y soledad.
Con motivo de una obligación hoy he vuelto a leer a
Alberti. Hay cosas. Hay cosas. Lo suficiente.
Y es que lo suficiente se acaba como el gusto, se
evapora.
Gasto las velas a una velocidad de vértigo. Hay
velas encendidas por toda la casa. Su olor al apagarlas amortigua el efecto del
humo del tabaco. No me fijo en los ambientes, hay que ser práctico. Hay que ser
suficiente, que ya es bastante.