RESPETO el
sentido común de los animales, sobre todo el de los insectos. Nunca el de las
personas. ¿Qué diferencia hay entre un animal y una persona? En asuntos de
sentido común apenas. ¿O mucha tal vez? Prefiero a los animales. Siempre. No
los entiendo.
Apuro el último
sorbo del café mientras, entre dientes, repito aquello de menuda hija de puta, cretina e indiscreta.
¡Es un verso!
Un verso de un poema de Las cartas por
jugar, que siempre son dos: el presente y el día de mañana. Lo dijo
Nicanor. Uno repite por aquello de la desconfianza.
No me cansa
estar en el centro del laberinto. Cuando hace niebla deliro. Cuando hace sol
deliro. Cuando hace frío deliro. El delirio es el estado civil de la
ignorancia, por eso permanezco.
Ya he acabado
con el café. Lo ha traído Platón en una taza blanca color muerto. Un poco
fuerte para mi estómago pero apetecible. No me dejan fumar aquí dentro, dicen
que me evaporo. He tomado unas ramas verdes de mirto para hacer un cigarro pero
no sé cómo encenderlo. He convencido a Hölderlin para que me deje su mechero de
leña. Un arcaísmo como el que usaba Dante para hacer arder el infierno. Menudo hijo de puta, qué suerte tiene.
Con los
presocráticos me ensalzo en la más dura de todas las batallas, aquella del
amor, del odio y del destierro. Les he indicado que si no me respetan que me
largo. ¡Qué soy un animal! Nunca una persona.
Ahora se han
reunido para deliberar. Están hablando bajito. A escondidas. Esperaré pausado
su decisión de odio.