domingo, 9 de diciembre de 2012

Sobre la virtud



LAS encinas están repletas de bellotas. Bellotas marrones. Cuando un pájaro se posa en una rama comienzan a caer las bellotas al suelo. La caída es ruido y en el suelo todo es humo.

Hoy la niebla se puede cortar con un  cuchillo, como aquel que robé en las Galeries Lafayette para abrir la baguette que degusté en un banco a la entrada de Notre Dame. Era alimento único.

Con Cicerón en el centro del laberinto. Hemos invitado a Bruto. Tenemos que hablar de la virtud.

He dicho a Cicerón que quiero traer a Aristoxeno. Debe ayudarme a encontrar la armonía entre las partes del cuerpo, pero no ha aceptado. Cuerpo y mente. Mente y cuerpo. Él prefiere la virtud. Dice que la virtud es la perfección moral, la condición para alcanzar la felicidad. Vuelvo a recriminarle. Si hablo del mito como error acabamos en el conocimiento divino de las cosas celestes. ¡Qué complicado es estar de acuerdo con Cicerón! ¡Cuánta verdad tiene en sus palabras!

Si Cicerón se posa en las ramas de las encinas no caen bellotas. Fluirán hacia la eternidad como una virtud, como la propia virtud.

No agitemos el alma. El poeta por naturaleza busca la alteración, y así no llegamos a la felicidad que es virtud.

Nos llaman de la entrada. Esperan Diódoto, Asclepiades, Demócrito y el mismo Homero en persona. Todos desean entrar. Los tomo de la mano, hago como una cadena paseando por el laberinto. La cadena es virtud. El sufrimiento es ley suprema, la gran veracidad.

Un pájaro con la cabeza y el pecho negro se ha posado en el sillón del porche. Donde leo y donde observo a la naturaleza. Se ha sentado en el alimento. Ha desaparecido la niebla.