jueves, 20 de diciembre de 2012

Se llamaba Loreto



LOS niños son como los poetas, se alimentan y crecen en la noche. Cuando mueren, sus herederos se empeñan en fastidiar, que es sinónimo de joder. ¡Cuánto daría por no dejar a nadie tras mis pasos! Aquello que ha sido mío debe ser universal, del centro, tiene que reflejarse en el espejo. La organización y el control son el cáncer de la benevolencia.

Con Elisa en Trieste. Me enseña la ciudad como si fuera tonto, pero me encanta escuchar, observar. Contemplo su barbilla en vez de la Plaza de la Unidad. El Ayuntamiento son sus ojos. ¡Elisa, bella Elisa!

De un día para otro los niños son más grandes. Han crecido muchísimo. Así A. que hoy era una parte ahora es el todo. Mis estados de conciencia solo buscan la armonía. El equilibrio de la unidad. La mesura del cuerpo y del alma. Puedo llegar al cuatro y es una barbaridad. Nueve es la leche y doce, S., es la hostia.

Ligabue está muy enfadado. Ha dejado de ser protagonista para convertirse en insensato.

El alimento de la ausencia de luz. La oscuridad, el silencio. La soledad en la noche es crecimiento, verdad. Vuelve a derretirse el hielo y sus fragmentos últimos recitan una estrofa. Subo para limpiar el polvo a Pérez Galdós. Leo a Lucrecio porque debo debe leer a Lucrecio. Sigo con los hexámetros. Rodeo a Virgilio con las sombras. Es la naturaleza de las cosas.

Crecimiento. Yo busco el crecimiento en la contemplación. Sin herederos todo sería más puro. La descendencia bloquea los contenidos. Los hace inaccesibles.

Me siento a descansar de la cadera y aparece una sombra. Es Loreto. Limpio su sangre de la cabeza. El blanco rostro de su imagen me fascina.