LA vela con olor a sándalo y vainilla acabará su
vida en un instante. ¿Laura o Beatriz? ¿Petrarca o Dante?
Odio la democracia mucho más que Platón, incluso
discuto con él por culpa de la conveniencia. No hay que elegir, se puede
conocer con insistencia, con realidades permanentes y versos de oficio.
He aprendido a juzgar de forma favorable. Cuando
tomo la pastilla de las doce soporto el espectáculo de la personificación.
Todos somos Petrarca, o Dante, o Laura, o Beatriz. Lo curioso es que nadie es
Platón.
La democracia erradica la libertad, la consume como
la cera de la vela pero sin aromas. Los partidos políticos imitan unos a otros
las malas voluntades, nunca serán estado, ni leyes, ni idealismo.
He mandado a México los poemas y a Ljubljana las
cartas. Lacro los sobres con un poco de cera derretida. La indudable realidad
es el centro permanente, el laberinto y su reflejo. No existe nada más allá, y
lo que hay es mentira.
Tomaré hoy café con Filolao y Eurito. Nos acompaña
Platón. El fuego en la distancia, aunque figure en el centro. Nunca giraré en
torno a nadie. Lo escrito ya está hecho y el movimiento lo dificulta esta
maldita cadera que condiciona a todos mis contemporáneos.
En vez de piedras Eurito toma bellotas, muchas
bellotas que ordena en el porche. Hace figuras con ellas. Tomo algunas y hago un
triángulo, tercetos, cantos. Dante, Beatriz y Virgilio.
La contemplación es movimiento. Es la cera que se
derrite en su propio espacio. La llama es dignidad. La llama es el idioma
natural. La llama es el presagio. La cera de la vela es la eficacia.