ALMORZAR con escritores y cantantes el día antes de
Navidad es lo más aburrido que le puede pasar a un hombre sensato. Han caído
unas gotas en Londres. Las necesarias para escapar de la justificación. Me
cuesta recordar. Mucho. Una barbaridad.
Digo a María que su último trabajo (La ciudad de las bicicletas) me acerca a
las canciones de Mai. Y hasta en lo físico. Como dice Pablo en su libro hay que
ser verdadero. La soledad precisa, el silencio condiciona. Y no debemos ocultar
las cartas. No podemos. Las cartas por
jugar.
Quiero dejar de ser para poder ser. Y lo que es más
importante no contemplo, deseo aprender a ser contemplativo. A-p-r-e-n-d-e-r.
Llevo media vida aprendiendo, la otra media la he dedicado a enseñar. Me he
cansado del tabaco, de las averiguaciones y del juego de naipes sin final.
Nunca pierdo, siempre paso.
El libro de Pablo me apasiona pero no me sorprende.
Tal vez habitar en la puerta del centro ilusiona. La diferencia entre el
recuerdo y la ilusión es un simple verso de Parra que no indico por omisión
personal. Don Nicanor me lo ha pedido en el día de hoy. Justamente. Injusta vida.
Recibo felicitaciones a las que no respondo. ¿Para qué?
¿Por qué? ¿Felicitaciones? ¿Hay algo que celebrar? Loreto visita en sombras la
noche y María sigue paseando en la bicicleta blanca. ¡Andas,
entra, que a estas horas hace frío fuera!
Aprendemos. Recibimos. No damos. El laberinto nunca
será el paraíso, no ha cambiado, ni nos ha perdonado. Escribir poesía es una
gran putada. La lluvia guarda nuestro secreto.