LA realidad
suele superar a la ficción en la entrada al laberinto. Hoy desde el espejo he
observado el reflejo de unos conocidos. He salido a saludarlos. Estrecho la
mano con amistad y recibo una descarga eléctrica. Lo que promete la vida, dicha
y desdicha. Pasión, odio y aburrimiento.
Cuando dan una
palmadita en el hombro malo. Me estremece hasta el aliento. Son los figurantes
del absurdo, aquellos que pretender entrar, salir, en el fondo ni ellos mismos
saben qué desean en realidad.
Entro en el
laberinto, salgo del laberinto. Pero al menos lo digo, soy consciente que debe
ser así. Y aún más, soy consecuente con aquello de todo es mentira, nada es lo
que parece ser. Ni siquiera las sombras en el mirto.
El reflejo de
una luz cegadora me sorprende. No logro reconocer al personaje. ¿Diego? ¿Luis?
¿Claudio? No puedo ubicarlo, puede ser nadie.
Su figura solo
aparece en el reflejo. Salgo una vez y otra vez pero no está. En cambio en el
espejo aparece ordenado y sediento. Tomo un vaso de agua y lo dejo en el banco
de madera que hay junto al pilón. Vuelvo a entrar en casa. Veo como lo toma con
ansia y sin conjuros.
Por la ventana
del baño entra frío. Bajo la persiana y cierro bien la puerta. Deposito todo
cuanto llevo en los bolsillos sobre la mesa del salón. Me siento a respirar. La
chimenea tiene el cristal cerrado, evito que salga el humo. Hoy no hay nadie,
ni nada. Sin ruidos el mundo es semejante al desencanto.
¿Realidad o
ficción? Quizá remordimiento. ¡He perdido tanto el tiempo en las contemplaciones!