miércoles, 19 de diciembre de 2012

En hexámetros



EN la Metamorfosis de Ovidio. Paso del libro IV al XI. Y me quedo. Dice el loquero que toda la enfermedad radica en un complejo de conciencia, donde mi madre tenía un papel fundamental. No puedo soportar tres dimensiones. Se quedan cortas. Vino, mucho vino. Por eso no me gusta la poesía que se escribe ahora, es plana, aunque los demás la vean en toda su inmensidad. No observan, no saben, no pueden. Viven en la propia limitación.

El reflejo del espejo también habla de estados. Poseo el número uno en mi existencia. El uno, dice el espejo. Y ese número habita en el subconsciente, nunca en la realidad mundana.

Me conformo en la contemplación de la naturaleza. Habita en lo más irracional y falso, y en ella observo lo que otros no pueden. Mantengo una conversación mental con la naturaleza. Mi madre sigue sin responder. Hablamos en hexámetros.

Dafne se ha apoyado sobre mi hombro. Acaricio su cabello mientras un rabilargo replica a los Gigantes.

A punto de salir vuelvo a tocar el espejo. No quiero huir. Deseo permanecer en este estado. En el mundo de las percepciones. Entiendo mi infancia cuando flotaba entre los habitantes de mi pueblo.

Creo en los universos paralelos, en los universos simulados. Nuestra energía habita en la poesía y ello es naturaleza, centro indudable. El confuso laberinto acercó a todo ello, confundió. La realidad era bien distinta. ¡Claro que hay seres idénticos en este mundo! Todo está en este mundo, todo. Pero ocurre que la mayor parte de esto no se puede observar, no se asimila.

Vuelvo a llamar a mi madre. Esta vez ha lanzado dos pistas: A. y S. Solo me falta encontrar a la tercera persona, aquella que configuraría la unidad de la esencia. Hoy he abierto los ojos. Y he visto y no he creído. ¡Era tan arbitrario!

Dice el espejo que lo que busco está en mí. Y puede ser así pero lo omito. De momento lo abstengo. Nada es lo que parece y todo es mentira. Vino, mucho vino.