EN la contemplación de la naturaleza radica la
esencia de Fábula, en la
contemplación y en la administración de la justicia. En el fondo, contemplar no
es más que administrar el alimento. Seleccionar lo virtuoso y desechar aquello
que no complace. Y no complace mucho.
Hoy todos somos niños. Pensamos en viajar al centro,
olvidarnos del afecto, del respeto, hasta del mínimo interés. Poco a poco
vuelve la ocupación. Si la armonía entre el alma y el cuerpo pone atención y
equilibrio, estamos más proporcionados. En cambio, si cuerpo o mente adquieren
un tono dominante o de mera conveniencia material, nos acostamos.
Observo una foto de E. y otra de A. Las vocales
dominan, sujetan, contienen, reprimen. Guardo silencio. Como poco. Mi alimento
no está en lo material. Por la mañana aparece una fatiga que hace sentirme mal.
Pero soy consecuente con los compromisos. Y no siento pesar, deliro.
Ha venido mi padre. Golpeó con arrogancia la puerta
del pasillo y entró en el salón de puntillas. Tenía miedo. Se sentó junto a mí
en el sofá y no dijo palabra alguna. Contemplaba.
En un momento intenté tocarlo pero dejó de estar,
dejo de ser. Ni estaba ni era, aunque fuera.
Es la visión una quimera en las contemplaciones.
Nuestros ojos no están preparados para las figuraciones. He cerrado los ojos. Llamo
con urgencia a mi ángel negro. Deseo su aparición, lo necesito. Aunque venga
sin forma, evanecido, es un riesgo, lo sé, pero es necesario.
Un golpe feroz y en abundancia suena en la puerta.
No tengo miedo. Corro hacia allí y abro. En la contemplación ha llegado el
ángel negro. Viene a repartir flores. No hay dos verdes iguales y el ángel
negro lo sabe.