DENTRO del laberinto no existe patriotismo, ni nacionalidades. El espejo solo refleja al poeta desterrado.
Cada día tengo más claro que marcharé de España.
Aunque me siento gaditano odio a mi país. Existe una profunda repulsa por
aquello que manifiesta, y no crea, destruye.
La editorial está ahora en Aznalcázar, mi vida en Aznalcóllar.
De la A-477 a la A-473. Casi media hora que se traduce en leyenda.
El poeta no puede arraigarse, debe ser universal, o
mejor infinito. Así se es impreciso y
distante. Echo en falta el retrato de Pérez Galdós sobre mi cabeza, también los
bocetos de Luis M-P, el cuadro colorista de Neville, la paloma en la mano de la
joven sentada en la silla. Echo en falta el arte que durante tanto tiempo acompañó
mi vida.
Recuerdo el reflejo de la luz en los lienzos, los
contrastes. La apreciación era poesía, pura literatura.
No siento ninguna estima por mi país. Y menos
afecto. Hay desgarro. El mismo que provoca la armonía entre cuerpo y mente. La
insustancialidad.
No me jacto de nada, ni me glorifico. Leo a Platón y
escucho a Mozart. Es la felicidad. Es el destierro.