SIEMPRE hay una
posibilidad entre un millón de poder permanecer eternamente en el centro del
laberinto. Y no salir jamás. Allí no dispondrás de más alimento que los propios
libros. Estarás en una atmósfera feliz y virtuosa. Tu obra no tiene
importancia, ni siquiera verá nunca la luz. Pero es la única manera de
encontrar la armonía.
No mantendrás
contacto con los seres humanos, el silencio es permanente y la noche habita las
reservas. No caerán las bellotas, ni verás a los pájaros. En el centro del
laberinto la luz desaparece. La noche es infinita.
Pero debes
asumir la responsabilidad de aceptar. Es una decisión que no contempla
opciones. Entro en el laberinto, salgo del laberinto. Vuelvo a entrar, salgo de
nuevo. La duda no es virtud, es raciocinio. Pero en el centro del laberinto no
habita la razón, pervive la armonía.
Puede ocurrir
que en la noche divises a las nubes en plena oscuridad, como sombras eternas
que se han dejado ver, que quieren que las observes para poder llorar como
mortal. Pero puede ocurrir, no pasa muy a menudo.
No renuncias a
la naturaleza en el centro del laberinto, eres naturaleza. Tu imagen forma
parte de las contemplaciones. Aquellos que te aman oirán tu voz adentro. El
mirto, el romero, la lavanda, hasta la hierbabuena, ellos serán familia. Tus
pies se confundirán con la tierra que soportas, pasarás a ser tierra, pureza,
sensación.
¿Te atreves?
¿De verdad? Ganarás mucho más de lo que pierdes. Piensa por un momento,
escucha. Ahora me está llamando. Ahora debo partir. ¡Cuánta armonía!