EL contacto que
mantengo en la actualidad con el mundo exterior se reduce a unas sesiones
impropias con un loquero y a otras con un quiromasajista. Mientras uno cuida la
mente otro hace lo coherente con el cuerpo.
Cuerpo y mente
unidos en un sentido extraño. Paseo muy lentamente. El bastón acompaña siempre.
Es el apoyo, la realidad que toca el suelo. Debo agarrarlo bien para mantener el
contacto directo con la tierra.
La lluvia se ha
cargado la cosecha de patatas. Se han salvado pocas. Las que he podido recoger
son pequeñas y no tienen buen color, pero darán acopio de sus actos.
En el huerto
quedan dos lechugas y algunos pimientos. Los ajetes ya están tiernos.
Hay bellotas. Bellotas
por todas partes. Las piso y cruje el alma.
Estoy
sorprendido pues no veo a los insectos. ¿Se han marchado? Salvo algunas
hormigas que levantan un poco de tierra del césped buscando el hueco de
salvación de última hora, no hay arañas. Ninguna.
Han abandonado
la estancia o han acudido a la consulta del loquero.
Leo a Platón
con Mozart de fondo. Nada más. Busco un libro de Juan Ramón y aparecen decenas.
Los ordeno sobre la estantería roja.
Miro el espejo
y no hay nadie a la entrada del laberinto. Será el frío. Todos tienen consulta
a esta hora.